miércoles, 29 de junio de 2011

Amiga es Sueño

(Texto producido para el taller de Escritura literaria con el Maestro Eliseo Carranza)
No era la primera vez que lo hacía. Dejar el gimnasio para verse con Laura, era ya una costumbre. “Pobre Lau”, pensaba mientras esperaba el café, “pero ¿quién le manda haberse casado?, y con ese pendejo. Hasta que la muerte los separe. ¿Cómo no?” —Ojalá se hubiera muerto—, murmuró. Por los ojos redondos del cajero, supo que la había escuchado. Sintió vergüenza. —Gracias—, sonrió, y tomó los dos vasos.
—Grande caramel macchiato— anunció, y puso un vaso en la mesa, frente a una mujer rubia, de aspecto duro y sonrisa colgada. Antes de sentarse, vió un niño que, en la mesa de junto, comía crema con el dedo. Su madre estaba sumida en un libro. “voy a tener que medir mi vocabulario” pensó, suspiró y tomó asiento.
—A ver, cuéntame— dijo con algo de condescendencia.
—No sabes lo que soñé. Estoy feliz.
—¿Pues qué soñaste Lau? ¿Qué le tumbabas los dientes a patadas?
—No—dijo con la sonrisa crecida— No seas tonta.—Estuvo muy extraño y además, es rarísimo que me acuerde. Eso seguro significa algo.
Diana dio un pequeño suspiro, congeló la sonrisa y agravó la mirada—. A ver.
—Era de noche.— dijo Laura, como quien inicia la revelación de un gran secreto— Estaba en un campo muy amplio y verde. No veía mi cuerpo, pero parecía haberme encogido, porque mi cabeza estaba cerca del suelo. Recuerdo que repetía un poema, ese de “Podría escribir los versos más tristes hoy”. ¿Te acuerdas?
—“Esta noche”—dijo Diana, con mirada severa—dime, por favor, que no estás leyendo a Neruda, sola.
—No— evadió el comentario—. Da igual, pero mira—sacó un libro de su bolsa, lo abrió en una página marcada, separada con un papel morado y leyó: Camión… campana… campesino, ¡Campo!—continuó—“Un campo amplio, verde y soleado, presagia un período de prosperidad, éxito y felicidad” ¿Ves? ¡Felicidad!
Su amiga se tallaba una sien. —¿qué es eso?—preguntó con la mirada en el libro.
—Mi diccionario de sueños— contestó ignorando el tono de condena—y mira —siguió leyendo—: “y como más extenso y soleado sea el campo, mayores serán las posibilidades que se abren ante nosotros”. Yo soñé con un campo enorme, verde y…
—Y de noche, ¿no?…
—Sí— dijo alargando las letras —. Pero era muy luminoso. Seguro eso es lo mismo.
—Seguro—, repitió con la mirada en la mesa y las cejas levantadas.
—Pero viene lo mejor—dio un golpecito en la silla—: De repente, me acordaba que tenía que abordar un tren. Me daba la vuelta y veía como se acercaba uno largo, lleno de ventanas. Yo, para entonces, estaba en la estación. Ahora, seguro era de día. Había poco movimiento. En realidad, me rodeaba una neblina de colores, pero yo sentía que eran personas. Los saludaba y sabía que me contestaban— Hizo una pausa—. Pero lo importante es el tren: mira—dijo, y abrió de nuevo el libro de los sueños; ahora en una página subrayada, desgastada y con notaciones al margen. —mmm… Ferrocarril…
—No, por favor.— dijo Diana, y puso su mano sobre el libro abierto.—ya no.
—¿No qué?— devolvió con la mirada encendida.
—No presagios, no tarot, no limpias, no rezos. No seas tonta.—contuvo la respiración; la miró fijamente.
A Laura se le mojaron los ojos.
—Perdón Lau. — le susurró tomando su mano— Ya sabes lo que pienso de esas cosas. Nada más te haces daño.
—Tú no crees en nada— dijo tomando su bolsa —; no sé para qué te llamo.
—No te vayas— apretó su mano y pensó un momento —, cuéntame tu sueño, pero guarda ese libro, por favor.
Laura, sin quitar su mano, suspiró con la mirada, dejó caer la bolsa junto a su silla, cerró el libro y dio el primer trago a su café —esto ya está frío—. Levantó la vista; se encontró con una leve sonrisa. Intentó corresponderla, pero un nudo en su garganta lo impidió —Perdón— dijo casi sin aliento. Se talló los ojos, limpió su nariz —. Perdón.

—Ya no me pidas perdón— dijo Diana con firmeza y ternura. —Ya deja de sentirte tan culpable; ése es todo tu problema. Mira, mejor cuéntame tu sueño.

—Pues ya te dije, estaba en un campo y llegó un tren…
—No— dijo Diana. —. Despacio, de verdad dime todo lo que viste, lo que sentiste. No te escondas. Ya me sacaste del gimnasio, ahora me lo cuentas bien.
Asintió con la cabeza y, sin levantar la mirada, inhaló y exhaló. —El campo era muy grande, pero no sólo eso, todo parecía lejano, como si yo estuviera en una Isla, en el centro de todo, lejos de todo, sola. Entonces, una brisa caliente me acarició. Yo me puse muy triste: recitaba a Neruda. Sentía navajas en el pecho. De verdad me sentía sola. De pronto, estaba en un andén y mi tristeza, mi dolor, se convertía en nostalgia, porque viendo la llegada del tren, creí necesitarlo, que me traería lo que yo extrañaba. No había ruido. La máquina no andaba sobre vías; flotaba sobre el pasto. El ferrocarril se detuvo ante mí. Sentí la tristeza desvanecerse, resbalarse como lluvia, pero de pronto, supe que un coche se alejaba. Sabía que estaba muy lejos, pero lo vi. Allí dentro iba mi felicidad, otra vez. Me volvieron los versos: “Mi alma no se contenta con haberla perdido”. De pronto, abordaba el tren. Encontré un asiento, me asomé por la ventana y me vi en la estación, vestida de negro. Un juego de colores merodeaba, flotaba a lo largo y ancho del andén. No tenía forma, pero yo sabía que eran niñas. Se reían mientras yo las llamaba. Tenía que decirles que pronto partiría el ferrocarril, pero estaba muda. Sentada en el vagón sentí movimiento. En el andén lloraba, en el tren me sentía perdida, aprisionada, insegura. Ahora los pájaros cantaban: “Mi corazón la busca, y ella no está conmigo”. Entonces subió la Luna. Todo se puso negro. Yo conducía el coche que se alejaba. Sabía que el tren había llegado a otra estación. Yo estaba en el tren, en la estación y en el auto. Me veía en los tres lugares, y en ninguno a la vez. Sentía que se agolpaban sentimientos: no podía respirar. En el coche me llenaba de rabia, en la estación estaba nostálgica y en el tren me moría de la tristeza. Lejos de todo, el viento caliente volvió. Era negro, el viento, negro como el coche y el tren. Me rodeó, me cegó. Al moverme me sentí bajo el agua. Aún no podía respirar. Me elevé del suelo, nadando. La desesperación era terrible. Sentía que iba a morir, tenía que llegar a la superficie. Me agitaba con fuerza, desesperada, sentía pánico. Escuchaba a los pájaros: “De otro, Será de otro. Como antes de mis besos”. No me quería morir. ¡No quería seguir muerta!
—Tranquila, tranquila— susurró Diana, acariciando su brazo.
El niño de junto las veía con la boca abierta. Su madre fingía leer y se limpiaba una lágrima con el dedo. Laura respiraba con agitación. Tomó su vaso, dio un sorbo a su café; apretó los ojos con disgusto y sonrió. Sus mirada enrojecida le daba un aire de locura —Estoy bien dañada— dijo casi riendo.
—Un poco sí—dijo Diana con la voz cortada.—Pero así te quiero.
Laura se paralizó. Abrió los ojos y se llevó la mano a la boca. —Eras tú.
—¿Era… yo?
—Sí. Al final de mi sueño, iba yo flotando en una barca—. Su voz temblaba—. Era noche y la barca flotaba sobre el campo. Una figura remaba y me dio un remo a mi. No me hablaba, pero me ordenaba remar. A lo lejos veía una ciudad hermosa. Era como ver millones de luciérnagas sobre el firmamento. El tren silbaba detrás de las luces. En su largo resoplar, escuché: “La noche está estrellada y él no está conmigo”. Me sentí caer, quería dejarme ahogar en el pasto. La figura me tomó de la mano, me obligó a apretar el remo y remó conmigo. La escuché decir: “Éste es el último dolor que él te causa”. ¡No recordaba eso! ¡Eras tú! No veía tu cara, pero eras tú, Diana. Obvio eres tú.
Los ojos le escurrían en lágrimas. —Gracias, gracias amiga.
Diana lloraba también. Se tomaban de las manos.
—¿Qué pasó entonces?— preguntó entre lágrimas la señora de junto.
Laura rió un poco entre el llanto y, sin apartar la mirada de Diana, dijo:
—Entonces, desperté.



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